Marciano Cárdaba
Antes de hacer algunos comentarios sobre la biografía de Layret publicada por Vidal Aragonés, conste mi desconocimiento, anterior y posterior a la lectura del libro, de la vida y obra del insigne personaje. Conste también mi repudio de su asesinato a manos del estado, que, al unísono con el terrorismo de la patronal, sembró Barcelona de cadáveres durante los primeros años de la década de los veinte, ahora hace un siglo. Los anarquistas también ayudaron a incrementar el número de asesinatos y no siempre lo hicieron en defensa propia.
Beldado el grano, vamos con la paja. Por mi edad, soy de colegio de frailes, donde corrían las estampitas y las vidas y milagros de barbudos y doncellas. Leyendo la hagiografía de Layret, publicada por un diputado de la CUP, he vuelto a aquella tierna infancia de cuentos, misa diaria y hostias a mansalva. No obstante, ha sido más divertido que lidiar con el padre prefecto de antaño. Que lindos gorgoritos los de nuestra inocente CUPerucita cantando aquello de que la lucha social y la nacional siempre van de la mano, cual chorizos en ristra. Qué persistentes y lindas correrías por el bosque intentando encontrar una cara izquierdosa al lindo nacionalismo, como aquel niño que quería meter el mar en un hoyo de la playa. Ya nos explicaba el padre Irigoyen que las verdades eternas se adquieren, no por raciocinio, sino por un proceso de iluminación, y que nuestro patrono, san Agustín, lo corroboraba con aquello de “creo para entender”, que ya no recuerdo cómo lo decíamos en latín.
Lo cierto es que leyendo esta redacción de vida de santo he aprendido un montón sobre hitos o mitos ˗tampoco he profundizado mucho˗ históricos de la Cataluña catalana. El de Solidaridad Catalana, por ejemplo, que el autor vende como uno de los más determinantes para la historia de Cataluña y también como ejemplar precedente del Frente Popular catalán. En mi ignorancia, pensaba que había sido un simple recurso de Salmerón, el expresidente de la I república, para integrar a la burguesía catalana en las estructuras del estado, metiendo en el mismo saco a carlistas, federalistas, regionalistas, nacionalistas y hasta un teniente coronel monárquico llamado Francisco Maciá en representación del estamento militar, para llenar de razones un pacto electoral contra la Ley de Jurisdicciones. Aunque no había ningún obrero en la lista, la cuadrilla de lobos buenos ganó las elecciones por goleada en abril de 1907. El lobo malo, Lerroux, salió huyendo con el rabo entre las patas. Al proletariado, que no recibió ni las migajas del banquete de la victoria, nos lo encontramos seis meses después en la portada del primer número de Solidaridad Obrera, durmiendo bajo los efluvios de un frasco de opio del que emerge un baile en torno a una señora tetuda y a una bandera catalana agitada por un héroe. La contraposición entre la Solidaridad Catalana de la ensoñación y la Solidaridad Obrera que toca la cabeza del obrero para despertarlo diría que es una alegoría de las clases sociales. Entonces, ¿por qué un revolucionario como Aragonés, aunque sea de salón, se posiciona al lado de los burgueses?
Yo, la verdad, a este escribidor con rebuscado aspecto de desaliñado, no acabo de entenderlo, porque habla de “la desfeta” del lerrouxismo en la página 172 y algunas líneas después explica que en las siguientes elecciones Lerroux y su rebaño de lobos malos derrotaron a Layret y a los demás lobos solidarios buenos. Tampoco parece congruente que el diputado, conocido sobre todo por ponerse una camiseta contra Iceta, se ensañe con Lerroux, cuando debería elogiarlo por afinidad con los presos políticos y los exiliados, ya que el republicano radical había huido de España para ahorrarse una condena de dos años y cuatro meses por haber reproducido en El País, un periódico republicano de ideas avanzadas, un artículo de otro periódico portugués en el que se defendía a Nakens, el director de El Motín acusado de encubrir a Mateo Morral tras el atentado contra Alfonso XIII y su mujer en mayo de 1906. Que los chupatintas de La Veu de Catalunya, La Publicidad o El Poble Català atizaran por tierra, mar y aire a Lerroux durante la campaña electoral, lo entiende cualquiera: defendían las cotas de poder y el dinero de sus amos, los lobos buenos regionalistas o nacionalistas. Pero que lo haga un revolucionario con un defensor de quien quería convertirse en el detonante de la revolución social, se me antoja un pelín incoherente. También es posible que yo vaya errado, con hache y sin ella, y necesite atisbar tv3 un par de veces por semestre para asentarme las neuronas y acabar de entender que las revoluciones de verdad no son las sociales, sino las políticas.
No obstante, soy reticente a sacrificar mi tiempo en aras de quimeras, porque en la página 86, con motivo de la unificación electoral de las manadas de Lerroux y Layret para aumentar la sangría de corderos en las municipales de Barna de 1917, la CUPerucita ya había dejado constancia de una alerta semántica a propósito de la confabulación de los buenos lobos republicanos nacionalistas con los malísimos lobos republicanos españolistas. La disculpa oficial para el compincheo, que no sé si el narrador conoce, es que querían hacer alcalde a Companys, aunque en realidad sólo pretendían entrar en el consistorio, cuya vara de alcalde acabó en manos de un lobo de la manada de Lerroux. Esto, una década después de “la desfeta”. Lo paradójico es que unos años antes Layret había abandonado la UFNR por el pacto de los lobos nacionalistas con Lerroux. No hay quien los entienda. ¿Para qué insistir? Son políticos y en su día, tras abandonar el colegio de frailes, ya leímos la ley del reflejo condicional de Pávlov, entretenidos con sus experimentos sobre la salivación de los perros. Lógico. No iba a poner en peligro su vida experimentando con lobos.
En la página 204 CUPerucita nos ilumina con una idea genial, que atribuye a Layret: desaprovechar el poder político del proletariado es pecado, pero no venial, no. Es pecado mortal, de los de ir al infierno, por ignorantes, por burros. ¡Lo bien que estaríamos votando al lobo bueno de turno! Razón sobrada para combatir la tara psíquica del abstencionismo electoral: un 46,5% en las últimas. En la Figueres federal y republicana con un 56% tendríamos que empezar a pensar en montar un frenopático. Las CUPerucitas, como no quieren oír que el absentismo se alimenta del desprecio a la clase política, donde ellos se han instalado, te muestran en la caja tonta como mejoran su estatus quitándole el polvo de la espalda al lobo de turno con unas palmaditas de compadreo. Las disculpas que propalan para justificar los lametones son de comulgar con ruedas de molino, como con los frailes. Ya nos advertían los viejos: quien con lobos anda a aullar se enseña. Más pronto que tarde les serviremos de aperitivo. Sin problemas. Les sobran corderos.