Llunadebarri (@llunadebarri)
“Otra mañana que me levanto 10 segundos antes de empezar las clases, abro la persiana, enciendo el ordenador, y me meto en el enlace, el wifi no me tira… Espero a que alguien me acepte en la videollamada, mientras me preparo un café.
Ya estoy dentro, me pongo la cámara un rato para que me vean la cara y espero la respuesta de alguien. Supongo que es mi forma de llamar la atención, a ver si encuentro en esta pantalla un rostro conocido y cercano. El resultado siempre es el mismo, la pantalla negra que habla y me saluda, mis compañeras en silencio. Seguramente se encuentran en las mismas.
Se acaba la llamada, no me he enterado de nada, ha pasado el día entero, me he quedado embobado mirando por la ventana. Me tendré que volver a repasar el vídeo de la llamada, a ver si encuentro respuesta a mis dudas… Y se me repite el mismo pensamiento, un día más sin ser productivo”
A través de este escrito, unas humildes palabras, trato de dejar constancia de algunas de las reflexiones que he tenido al largo de estos días respecto a mi situación como estudiante. En ningún caso, trato de centrar el debate sobre el uso de las nuevas tecnologías en el aula, si no de cuestionar la situación de la comunidad educativa antes y durante este confinamiento.
La realidad que nos rodea a la comunidad educativa es realmente desoladora. Evidentemente, esta situación nos supera, dificultades para encontrar espacios de aprendizaje en escasos m2, y a veces sin luz natural. En muchos casos nos encontramos y/o nuestros familiares, enfermas y/o con baja salud mental. Además, de sumar muchas de las preocupaciones de nuestra situación precaria, por vernos sin trabajo, y sin ningún tipo de ingreso en el presente y en el futuro. Se nos presenta la incertidumbre como el pan de cada día. Ciertamente, tampoco es algo nuevo, pero el hecho de estar encerradas lo agudiza todo.
Para hablar de quién nos conduce a esta situación, no, no señalo a mis compañeras, pues esta incertidumbre se repite entre nosotras, estudiantes, profesoras, substitutas, educadoras sociales, veladoras, la clase trabajadora. Sin embargo, si que pongo la mirada arriba. Hay una enorme presión a continuar el curso como si nada pasará, a continuar siendo productivas. Los mismos que llevan años poniendo énfasis en “innovar en la educación”, en “educar en competencias”, es decir, en moldear la escuela a las leyes feroces del mercado, encuentran en esta situación un nicho de mercado idílico, y se atreven a decir que es una “oportunidad de aprendizaje”.
Este tipo de afirmaciones ejemplifican la connotación de crisis en el sistema capitalista. Recupero un fragmento de A nuestros amigos, para explicar el doble rasero de la crisis. Por una banda, la crisis adquiere una connotación de “destrucción creadora”, es decir, es el momento de crear oportunidades, de innovación, de supervivencia para el más competidor. Y por otra banda, se propone el concepto de crisis con el objetivo de reestructurar la vida, las costumbres, la organización social. Es el momento que sirve a los estados y capitalistas para recuperar el control sobre nuestras vidas, y desestabilizar cualquier tipo de vínculo humano (Comité Invisible, 2014, p. 16). Por lo tanto, que esta situación adquiera la connotación de crisis, tiene el objetivo de legitimar los ataques del capital contra la vida y la clase trabajadora, que no nos la cuelen. El sistema educativo ya era un instrumento del poder antes de esta situación, que promulgaba la sumisión, la segregación, la reproducción social, la competitividad entre otros.
Evidentemente, esta situación no se puede entender sin la óptica de la lucha de clases. Las clases dominantes nos imponen su ritmo de vida, sus formas de educar, en pro de sus intereses y sus negocios. Es evidente, que esta situación tiene una connotación de clases sociales, tan solo hay que ver los barrios que están siendo más atacados por el virus, no solo por sus consecuencias en el ámbito de la salud, si no, también, por el ámbito económico. A la clase trabajadora se nos hace muy difícil seguir con su curso. Sin embargo, se abren pequeñas brechas de esperanza. En otros países como en China, las niñas han conseguido realizar actos de sabotaje masivos contra las empresas de la educación. A través de millones de denuncias masivas contra sus aplicaciones en los portales web, consiguieron eliminar el rastro de estos programas, así como, dejar de tener tanto trabajo. O en nuestro territorio, hace poco saltaba la noticia de un par de niños que boicotearon el wifi de su maestro, con el objetivo de dejar de tener tantos deberes. Quizás es un buen momento de plantear una huelga digital, de plantar cara a este gran circuito de datos, que nos arroja a toda la comunidad educativa a un futuro distópico, precario y antinatural.
No obstante, en los últimos años, hemos vivido muchos intentos de rebajar las prácticas educativas a introducir la cibernética en los centros educativos, siempre orquestado des de unas elites, y a beneficio de unos pocos. Por ejemplo, ¿alguien recuerda el intento del proyecto 1×1? Gobiernos y miles de familias hicieron una gran inversión económica en comprar ordenadores, con una obsolescencia de unos pocos años, licencias de libros digitales, entre otros. Con el objetivo de innovar en educación, y preparar a los jóvenes para el futuro. Una vez hecho el negocio, evidentemente, este proyecto fracasó a los pocos años, se dijo que ni los centros educativos, ni las maestras, ni las familias, estaban preparadas y adecuadas para este tipo de práctica. Las consecuencias fueron reforzar la segregación y la desigualdad en contra de la clase trabajadora, y el enriquecimiento en pro de empresas y gobernantes.
El nuevo paradigma socioeconómico abre una nueva pestaña de Google hacia esa mal llamada “innovación educativa”.En primer lugar, se decide continuar con el curso sin tener en cuenta las propias necesidades de la comunidad educativa. Se empiezan clases sin que la mayoría de las familias tengan los recursos para continuar adelante. La brecha digital es real, las familias de clase trabajadora no siempre disponen de todos los dispositivos necesarios para llevar a cabo este tipo de prácticas, y tampoco del tiempo necesario para acompañar a sus niñas en este aprendizaje. Además, el curso ha seguido sin que las vacantes por bajas se cubran por substitutos. Por lo tanto, hay maestras realizando un doble trabajo. Y también hay que destacar que no se ha dejado el tiempo suficiente a las maestras para modificar el currículo en cada caso, pues en muchas ocasiones es imposible. En segundo lugar, se utilizan plataformas para establecer aulas virtuales. Con el paso de los días, todas han presentado fallos de seguridad y privacidad. De esta forma se han expuesto todos los datos de la comunidad educativa a los grandes postores del mercado de la información. En tercer lugar, se ha eliminado todo principio pedagógico y emancipatorio de la educación. Esta cuestión es evidente, pues si no existe vinculo y contacto humano es imposible generar aprendizajes. Además, se está gestando una gran dependencia hacia los dispositivos electrónicos, dejando de lado otros imprescindibles, como el juego, la relación con el entorno, el diálogo, entre otros. En cuarto lugar, se han extendido las horas de trabajo en todos los agentes. Nos pasamos los días enchufados al ordenador, con jornadas más largas y con grandes dificultades para desconectar. Nuestra salud mental y física está en juego, cada vez más casos de ansiedad, de fatiga, de perdida de vista. Y todo esto por seguir adelante con su producción, por no interrumpir su industria de la futura mano de obra.
A modo de conclusión, creo que ahora es el mejor momento de recuperar unas palabras que leíen A rachas, Monográfico: Escuelas, “la escuela debería ser atemporal y evolutiva, se ha convertido en un instrumento de poder que sirve a los intereses de quienes gobiernan, bien sea su gobierno político religioso o económico (…) la escuela no sirve a sus propios objetivos sino a otros muy diferentes” (Josefa Martín Luengo, Colectivo Paideia, p.4). Es indispensable que la comunidad educativa recuperemos la organización de la escuela, pues somos las únicas que podemos poner en el centro nuestras propias necesidades. Dejemos atrás el corporativismo, el egoísmo y el servilismo entre compañeras. Impulsemos las prácticas que promueven la autonomía, la democracia directa y la autogestión en las escuelas. Dejemos de ser títeres y números del poder, y practiquemos la educación como forma de emancipación.
¡Salud y acabar con su producción!
Descansemos y construyamos un mundo nuevo.